Puede que suene
macabro, pero es así: cuando me invaden la rabia, o la desesperación, pienso
seriamente en ejercer sobre él ese poder único que tengo para seducir a los
hombres… incluso he llegado a pergeñar las venganzas más terribles, aunque
castigarlo físicamente no satisfaría plenamente mis deseos. Pero es así, en mis
sueños le destrozo la sonrisa de un arañazo, le borro el brillo de sus ojos
negros con un chorro de ácido… lo hago sufrir despacito, para que pague una a
una todas las lágrimas que me arrancó su ambigüedad.
Tan cerca, tan
lejos… es el título de esta novela horrenda que me convierte cada día en una
persona un poco más miserable, pero cada vez más dependiente del timbre de su
voz, de sus gestos amables en cuenta gotas, de sus labios sobre mí… de sus
manos ásperas buscando un punto exacto entre los senos y el dolor. El objeto de
mi necesidad y de mi sed.
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