Ahora no es más que una sombra.
Un fantasma de sí misma, un demonio ataviado con sandalias de vestir y una
vieja bata de lanilla azul, los cabellos desorientados, la cara oscura y extraviada,
bailando locamente un bolero bajo esta lluvia intensa que no deja de llover hace
tres días.
Es difícil, casi inútil, pero
intento ver en esa imagen absurda a una mujer que alguna vez amó, estudió,
formó una familia y ayudó en las tareas escolares. A una mujer que sabía
escuchar y dar los mejores consejos, que sabía enjugar las primeras lágrimas
vertidas por un desengaño. Que pisaba un puré con cariño, que contaba cuentos
de hadas y hacía el amor.
Podría decirse casi con certeza
que ella vive sola, profundamente sola. El marido la abandonó hace años,
llevándose consigo algo más que el perro, el futuro y la ilusión. Su hija del
medio hace tiempo dejó de pisar la casa donde creció y fue querida. La hija
mayor la visita todos los fines de semana, conversa con ella, la aconseja,
pretende que sus niñas no vean la clara decrepitud que esta señora, su abuela,
es hoy. El hijo con quien convive le grita, a veces con razón y muchas sin
ella. La maltrata en forma sistemática, le pega, la patea cada vez que ella
intenta alguna insensatez, es decir, a diario, y si es en público mejor. La
convierte en sirvienta de la mujer que algún día le robará lo que ya no le
pertenece: la casa, los muebles, el dinero, el amor. El hijo con quien convive
busca huir de esa realidad, busca creer que ostenta una hombría que no tendrá
jamás, ni cuando sea un viejo encorvado de paso cansino, recostado sobre un
bastón. Por eso, ella vive sola, en la más absoluta y sórdida soledad. Mendigando
un cacho de cariño donde sea, pero con las actuaciones inadecuadas, que generan
más rechazo que aflicción, más huida que piedad.
La señora es una sombra: en su
mundo todo es fantasma y todo es conflicto, todo se resume a una conversación
eterna, enroscada y vacía con seres que sólo habitan en su imaginación. Hoy,
sin ir más lejos, me he negado al insistente golpeteo de sus nudillos en mi
puerta más o menos unas cinco veces. Así lo he hecho otras tantas, deseando que
por fin llegue esa dorada época en que las pastillas hagan su efecto y la dejen
sumida en un estado de semi sopor. Me entristezco ahora, porque descubro que esta
señora me hace miserable en todo mi esplendor.
Ahora mismo la escucho hablar al
teléfono, recostada sobre la pared que da a mi casa, bajo esta lluvia
indecente, y pienso que el agua sucia no le cala ni las venas, porque no las
siente. Porque tal vez ya no las tiene.
Ahora no es más que una sombra,
un fantasma de sí misma, que no puede mirarse al espejo y preguntarse ¿quién es
esta mujer?, porque ya ni se recuerda.
Mayo 2013
Mariam
ResponderEliminarTu Exorcismo me pareció de lo mejor, casi llegando a la genialidad.
¡FELICITACIONES!
nota sin mayor importancia: me parece que al inicio se te apareció tu poetisa interior al
decir de la lluvia que llueve (¿sigue cayendo? tal vez, sería más literario)
Papá
MARIANA: HICISTE DE UNA REALIDAD MOLESTA, ALGO MUY HUMANO. YA TE DIJE ¡¡¡¡¡SOS UNA FERNANDEZ HASTA LA MEDULA!!!! ME ENCANTO LO QUE HICISTE. MAMA
ResponderEliminarMari: te pido autorizacion para leer tu escrito en el programa de radio que tiene la biblioteca popular de lago puelo. En él, todos los sabados, se leen cuentos cortos de diversos autores, famosos e ineditos, universales, latinoamericanos y patagonicos.Mechi
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